A más de uno el titular le retrotraerá a fechas de antaño. Tiempos en los que el fútbol todavía era fútbol. Mágico, pasional, del pueblo. Un pasado que definía a aquel Betis valiente, atrevido, capaz de todo. Bendito y maldito a partes iguales. La época del equipo rebelde, gallardo y valeroso. Un carrusel de sensaciones para todo aquel que convertía el domingo en su año nuevo. Porque eso ha generado el Betis. Que los suyos quieran más. Y más, y más, y más... Un placer antes semi desconocido que trae consigo el fervor de antes. El de las palmas, el compás y el arte. Porque ganar también es un arte.
Y es este Betis tiene mil y una maneras de hacerlo. Se encuentra cómodo sufriendo, es valiente y tiene esa pizca de suerte que históricamente le faltó. Hasta cuando menos pueda merecerlo. Incluso si deja entrever algunas dudas, cuando sus ideas flaquean o se alancean en el alambre... más se rebela. Lo tiran y se levanta. Con más rabia si cabe. Posee esa bendita capacidad de resiliencia ante los obstáculos. Muchos lo intentan, algunos lo acarician... pero no. No pueden con él.
El equipo recogía el testigo que les brindaban las más de 52.000 almas y desde el inicio trasladaba al terreno de juego ese vigor, ofreciendo un discurso valiente. Un denuedo atraído por la movilidad de la zona ofensiva, incidiendo en la llegada desde segunda línea para sorprender a las espaldas del Girona FC. Una propuesta efímera, eso sí, pues un par de avisos fueron suficientes para espolear al rival, que despertó de su breve letargo.
Un puñado de minutos eternos para el Girona, pero suficientes para advertirles que el paso adelante les era necesario para creer. Y así llegó la medra de los de Míchel. Cerrando filas en defensa y explotando los carriles en fase ofensiva, generando siempre inferioridad numérica a los costados del Betis. Reinier dio un paso atrás para ayudar en la asociación y encontró un amigo en Riquelme, pasando con relativa facilidad el eje de la medular verdiblanca.
Ahí encontraron las carencias del Betis, impasible ante las coberturas del Girona. Fue en el minuto seis cuando una buena jugada desequilibraba, momentáneamente, el partido. La pasividad de Montoya abría una autopista para Miguel, quien disfrutó del tiempo suficiente para pensar cuál de las mil y una alternativas que tenía era la mejor. En ese instante Luiz Felipe habilitó al atacante y Álex Moreno perdió la compostura, argumentos suficientes para que Arnau aprovechase las espaldas de la defensa y batiese a placer a Rui Silva.
Un golpe que 'necesitaba' el Betis, arreciado por sus aficionados y espoleando sus intenciones. Fue Sergio Canales quien recogió la responsabilidad y se descolgó para estar más cerca de la pelota, recobrar el sentido del juego y nutrir de alternativas a la parcela ofensiva. La réplica llegó de inmediato y en el 12', una genialidad de Borja Iglesias habilitaba a Rodri, quien en el corazón del área incomodó lo suficiente a Bernardo como para este cometiera pena máxima.
Un regalo irrechazable para el 'Panda', que celebraba su internacionalidad con una nueva diana. La quinta en seis partidos (luego llegaría la sexta). 14 penaltis, 14 aciertos. Casi nada. Ese tanto excitaba las intenciones del Betis, quien con más apremio que cabeza trataba de imponer su ley. Pero en esto del fútbol las prisas no siempre son buenas y terminó incapacitado precisamente por su poca capacidad para sobrepasar el 5-2 del Girona en zona defensiva. Un breve impasse de desconcierto que se selló con el pitido que mandaba a los dos equipos a vestuarios.
El descanso, lejos de destensar las intenciones, bloqueó un poco más el hacer del Betis. Míchel ya advertía en la previa que daría por bueno no perder y eso precisamente reflejó su equipo sobre el campo. Un Girona bien armado, dando en cada jugada el pellizco que permite la ley para generar el runrun en el rival. Y eso desconcertó las ideas del cuadro verdiblanco.
Pellegrini, ávido de cambios, intentó mover el árbol moviendo fichas, acumulando futbolistas por medio, con dos puntas y reforzando la zona de creación. Una jugada sin aparente efecto, pues de poco inquietó la seria compostura del cuadro catalán. Un Girona al que le empezaba a sobrevolar la idea de hincar el diente, de convertir en humano lo imposible (esta temporada). Pero a este Betis pocas veces le puedes perdonar.
Porque cuando más parece dudar... más peligro tiene. Te genera incertidumbre, desconcierto y te lo replica con un espejismo que convierte sus propias dudas en la mayor carencia del rival. Y así obró su jugada maestra. Era Samu Saiz quien a 20' del final caía preso de sus propias prisas cediendo atrás un balón sin aparente peligro. E igual él no recordaba que enfrente tenía al delantero más en forma del país.
Borja Iglesias, el más listo de la clase, habilitó su propio cuerpo para llevarse el balón en carrera y plantarse solo ante Juan Carlos. El final de la historia ya lo sabían todos. Seis goles en seis partidos. Un cuento de hadas que se cerró con el pitido final. Unos minutos de desconcierto, de sufrimiento y más nerviosismo de la cuenta... pero valió la pena. Porque en Heliópolis, desde hace casi dos años, casi todo merece la pena.
Líder en la Europa League. Tercer clasificado en LaLiga. Termina septiembre en puestos Champions. Sabe sufrir, se siente cómodo defendiendo, es valiente, un vendaval ofensivo cuando puede... Hasta cuando las ideas flaquean lo consigue. Lo intentan, algunos lo acarician... pero no. No pueden con este Betis.