Vivir pendientes del tiempo es una de las principales fuentes de estrés. Saber controlarlo y gestionarlo es, por el contrario, una fuente de salud somática y mental, pero ello requiere, en primer lugar, diferenciar con claridad dos tipos de tiempo y sus propiedades, el que marcan los relojes, es decir, el tiempo objetivo, y el que percibimos mentalmente en cada estado o situación, pues no siempre coinciden.
Los humanos tenemos en el cerebro un grupo de neuronas, el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, que funciona como un reloj biológico con un ciclo de 24 horas que sirve para ajustar el funcionamiento del cuerpo, su fisiología, a los cambios exteriores. Son neuronas que funcionan de manera bastante autónoma, preparando al cerebro y demás órganos del cuerpo para funcionar de manera diferente, según sea de día o de noche. De ese modo, sincronizan nuestros ritmos de sueño y vigilia, la temperatura corporal y la producción de determinadas hormonas con el ciclo diario de luz y oscuridad solar, lo que permite un mejor funcionamiento de las funciones fisiológicas y una mejor salud corporal.
En realidad, ese reloj hipotalámico es un reloj imperfecto, pues atrasa, pero cada día contribuyen a ponerlo en hora estímulos ambientales como la luz del sol de la mañana o cosas que también suelen ocurrir casi a la misma hora, como el ruido del camión de la basura, el de la ducha del vecino o el del propio reloj despertador. La luz matinal tiene un poder especial para esa función, pues alcanza al hipotálamo por vías nerviosas directas que le llegan desde la retina de los ojos.
Pero el sentido que tenemos del paso del tiempo, su percepción mental o subjetiva, no siempre coincide con lo que marcan los relojes. Junto con la memoria, ese sentido contribuye a que, en lugar de vivir en una especie de eterno presente, tengamos una noción del pasado, del presente y el futuro. Gracias a él apreciamos la velocidad de cualquier cosa que se mueva y el tamaño de un objeto cuando lo exploramos por el tacto. La prosodia, el tono de la voz que lleva el verdadero mensaje de las palabras, requiere igualmente una percepción subjetiva del tiempo, la que también usamos para prestar atención a las cosas que pasan, tratar de solucionar problemas, tomar decisiones, hacer planes de futuro o incluso para entender las mentes y el comportamiento de las demás personas.