El diestro madrileño José Tomás, que cortó tres orejas y salió a hombros, tuvo una rotunda actuación ante los cuatro toros que mató hoy en solitario en la plaza de Alicante (Este), donde marcó nuevamente las grandes diferencias de valor y autenticidad que atesora su tauromaquia.
Después de que su aparición del pasado 12 de junio en Jaén dejara dudas e insatisfacción entre sus seguidores, el torero de Galapagar mostró este domingo una cara muy distinta, con una actitud mucho más segura y rotunda en un ambiente, también, menos tenso y más favorable que el que se vivió en la capital andaluza.
Claro que para que cambiara el panorama también contó la elección del ganado, mucho mejor presentado y de mayor presencia que el de aquella tarde, aunque tampoco estos toros, salvo el segundo de Garcigrande, pusieron mucho de su parte para el éxito de la función.
Porque quien lo puso todo, en realidad, fue José Tomás, que, más allá de otros matices y detalles, hizo todas las faenas en los medios, con los pies atornillados en la arena y pasándose con temple las embestidas, mejores o peores, por la misma seda de la taleguilla, en un constante alarde de valor, intensidad y autoridad.
El primero, de Juan Pedro Domecq, muy medido de raza y de embestidas cortas y sin emoción, le sirvió al menos para "calentar" y mostrar sus cartas, claramente ganadoras, en esta nueva partida, porque aun así le sacó al animal muletazos templados y largos, manejando precisamente tiempos y distancias.
La cima de la tarde llegaría con el segundo, un ejemplar altón y voluminoso de Garcigrande que embistió siempre con fuerza de bravo en el impulso pero sin ritmo ni claridad, casi a empujones, en su recorrido, algo lastrado por cierta falta de equilibrio que se protestó de salida.
Pero José Tomás ya se lo pasó muy despacio en un ajustado quite por gaoneras, para luego ir atemperándolo y estabilizando sus arrancadas con la muleta en la mano derecha, en apenas dos tandas que fueron solo el preámbulo del cenit que alcanzaría con la mano izquierda.
Fueron solo tres tandas de naturales, que no parece mucho, solo que son un auténtico derroche si se tiene en cuenta que cada una se compuso de al menos diez muletazos -cuando los demás no pasan de cuatro- sin que el torero despegara los talones de la arena y con una fluidez de muñecas y vuelos realmente admirable, para convertir así la bravura del toro en armonía y la velocidad en lentitud.
Solo esas tres tandas con la mano izquierda bastarían para acentuar nuevamente esas diferencias que desde hace lustros han señalado al de Galapagar como un torero histórico, solo que aún tuvo tiempo de recrearse en unos hondos ayudados por bajo y otros flexionando la rodilla antes de volcarse en la estocada y llevarse dos orejas de oro.
Otra más le cortaría al tercero, de Victoriano del Río, que tuvo un temperamento bravucón de principio, pero que empezó a defenderse y a negarse en cuanto José Tomás le sometió.
Aun así, con el toro negándose, le sacó muchos más pases de los esperados, consintiéndole todo, sin mover más que muñecas y brazos, hasta que, en esa negativa, frenándose en mitad de un derechazo, el animal se lo echó a los lomos y le zarandeó con aparatosa violencia.
Aun así, volvió a pisar el mismo terreno minado para seguir, uno a uno, ahondando los naturales y adornándose con unas manoletinas de gran sinceridad, antes de otra estocada volcándose para llevarse esa última oreja, pues el sexto, de Domingo Hernández, se reservó casi desde que lo paró con el capote, impidiéndole, a pesar de su tesón, redondear una tarde que advierte de que aún hay José Tomás para rato.