Diego, asesorándose siempre en lo posible de la experiencia del Cennino, primero estudió y dibujó sus figuras al carbón
CIUDAD DE MÉXICO.- En el marco del centenario del muralismo, rescatamos dos artículos publicados en el semanario EL UNIVERSAL ILUSTRADO sobre el primer mural que inició Diego Rivera en 1922: “La Creación", en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, ahora el museo Colegio de San Ildefonso.
En los dos textos, publicados con una semana de diferencia, se aborda cómo el viaje a Europa preparó a Rivera para hacer esta obra. En el segundo texto, el crítico de arte Renato Molina Enríquez explica la técnica aplicada por el muralista. Este artículo fue acompañado por un dibujo de Diego Rivera, realizado por Miguel Covarrubias.
La obra de admirable de Diego Rivera
15 de marzo de 1923
Por Ortega
La inquietud de Diego Rivera es única en la historia del arte mexicano. Después de los años negros de férula académica, principió su lucha contra las academias, que empolvan el espíritu, que lo llenan de sombras, que lo hacen perderse sin que nunca acierte a salir del misterio, a interpretarlo.
Todo lo ha probado, todo lo ha hecho. Llegado cuando aún quedaban admiraciones para los impresionistas y post-impresionistas, sus primeros cuadros, antes que nada, son de una luminosidad estupenda, que agrada siempre y deja una impresión de ensueño.
Ya en Europa, fue de los primeros en combatir por el cubismo en sus formas más audaces, más atrevidas, más locas.
Alcanzó un éxito resonante y no opacado aún. En aquella célebre exposición de retratos, organizada para aplastar al mundo con las más grandes creaciones de todos los tiempos, figuró al lado de los más eminentes retratistas, alcanzando elogios unánimes, admiraciones fervorosas.
Pero Diego Rivera no podía, no puede quedar estacionado. Es dinámico, está en perpetuo movimiento. Y su evolución ha sido continúa.
Tras haber empleado todas las formas de cubismo seccional, etc., ha llegado a esta de su decoración mural en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, que siendo de un cubismo constructivo, es, sin embargo, tan distinta de las otras y tan absolutamente suya.
Un sentir profundo y un hondo desinterés han inspirado su obra que es tranquila y serene, fuerte y alta. Pongamosle un contraste, nunca una comparación: el fresco de Charlot en la parte superior de la misma escuela. Este último nos deja conturbados, atemorizados, porque es de una violencia inusitada.
Un largo estudio precedió a la obra de trabajo mural, larga y pesada como ninguna otra. Los apuntes son numerosos, ya sea para un rostro, para un cuerpo, para una actitud, para una expresión. Había que darle la forma definitiva y absoluta, máxime, cuando se trataba de simbolizar a las virtudes humanas y a cosas tan abstractas y lejanas como la tradición y la historia.
La decoración de Diego Rivera en la preparatoria
22 de marzo de 1923
Por Renato Molina Enríquez
Publicamos este nuevo artículo sobre la obra pictórica de Diego Rivera, inaugurada en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, no obstante que en nuestro número pasado dimos cuenta a nuestros lectores de este acontecimiento artístico, en vista de que su técnica y sus concepciones han suscitado diversos comentarios.
El presente artículo fue escrito por Renato Molina, uno de los jóvenes escritores que se han dedicado a valorizar y a admirar las nuevas corrientes estéticas en el arte pictórico.
Creemos que interesará a nuestros lectores, dado el valor que tiene la obra de Diego Rivera, que con Kokoschka y Picasso ha iniciado la renovación actual en el arte pictórico.
Poseedor de los conocimientos técnicos, acumulados en la larga experiencia pictórica Europea, desde sus más remotos aciertos, hasta sus más recientes tanteos, Diego Rivera regresó a América después de haber logrado el reconocimiento unánime y mundial de sus poderosas capacidades de pintor, y a llegándose a nosotros con las manos antreabiertas y robustas, colocó una piedra angular en el monumento del arte americano del futuro, por medio de su gran decoración mural del anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria.
Diego Rivera está ya de retorno de estos tanteos pictóricos y ahora orienta sus pasos hacia un neo-simbolismo, con sentimiento colectivo, popular y accesible, que no es por ello menos expresivo, pero buscando esencialmente contacto con la muchedumbre. Esto es lo que ha podido realizar en el Anfiteatro de la Preparatoria.
A pesar de tener esta obra muy poco tiempo de concluida, se ha dicho sobre ella lo bastante para que nadie ignore su importancia, pero los que han escrito a este propósito se han concretado, o bien a tomar dicho trabajo como tema para divagaciones literarias, o bien a comentar su simbolismo ya explicado por el Maestro Caso, previas las reiteradas explicaciones que le dio el pintor. Nadie, que sepamos, se ha referido a lo que tal decorado significa en cuanto a esfuerzo, tomando en consideración los procedimientos pictóricos que en él fueron empleados, y tampoco ha explicado nadie por que medios llegó el pintor a conseguir los efectos que hoy nos admiran, y operó el milagro de creación tan potente, que en medio de su sencillez habla una lengua muy grandiosa, a propósito para conmover, elevar y entusiasmar a las multitudes que en ese recinto se congreguen.
El público ha esperado, en vano pacientemente, a que alguien le diga cómo fue hecha esa decoración mural de Diego Rivera, tan novedosa en la concepción como en el procedimiento y a darle tal información se endereza el presente artículo. El procedimiento de pintar a la encáustica, fue empleado desde la más remota antigüedad.
En el año de 1849 el profesor Jolliviet publicó en al Revue d’Architecture un concienzudo estudio hecho sobre las pinturas murales antiguas, y en investigaciones posteriores se ha llegado casi a reconstruir el procedimiento en lo esencial: el sistema, parece consistía en pintar con ceras coloridas y quemar la pintura, los colores no se licuaban en ninguna preparación, sino que se hacían en vasos diversos con una mezcla de cera fundida y de resinas, y por medio de una espátula de extremos aplanados, uno más ancho que otro, se recogían aplicándose sobre el muro, en los sitios que debían ocupar, en forma de toques o pinceladas.
Con ligeras modificaciones, esto fue lo que hizo Diego Rivera en la decoración del Anfiteatro de la Preparatoria, innecesario nos parece decir las múltiples dificultades que tuvo que vencer, al ir estudiando uno por uno los delicados tonos y matices que empleó, imposibles de modificarse una vez aplicados, y que era menester tuvieran justamente el valor de una tonalidad precisa; pero todos estos escollos y otros más los afrontó Rivera victoriosamente, gracias a sus profundísimos conocimientos en el oficio del pintor. Aquí debemos mencionar especialmente la innegable utilidad que le prestaron los estudios y las observaciones que hizo en Europa.
Algunos pintores miopes le han reprochado a Ribera las reminiscencias que tiene su obra de dichos primitivos, y habrá que recordar a tales señores que al genial creador de la gran decoración mural contemporánea, Puvis de Chavannes, se le hicieron idénticos cargos que en último resultado solo nos muestran la amplitud de los conocimientos de ambos, ya que descansan sobre las más antiguas y remotas experiencias.
En el siglo XIV hubo un pintor, llamado Cennino Cennini, que escribió un verdadero manual del decorador, obra admirable que le ha servido a Diego de instituible vade-mecum: "Il libro dell’Arte o trattato della pittura"; siguiendo los consejos que contiene, Diego Rivera, empezó por dominar la técnica y aún la química de la preparación de sus colores.
Diego, asesorándose siempre en lo posible de la experiencia del Cennino, primero estudió y dibujó sus figuras al carbón y después las fijó en el muro con ocre rojo, como el italiano recomendaba; entonces empezó el trabajo definitivo: con una punta dura o un cincel, grabó profundamente todos los contorno de sus figuras y los límites de cada color, y siguiendo las prescripciones detalladas de Cennini, ensayó los tres tonos de diversa intensidad para cada color.
Así fue como se llevó a feliz término la decoración del Anfiteatro de la Preparatoria, o más precisamente, de la pared frontera a las butacas, donde también se aloja el órgano, sitio que en la decoración fue convertido en caverna.
El hondo sentido filosófico de la composición, tan sabiamente distribuida, la augusta serenidad de sus figuras, la armonía y sobriedad de los colores, la belleza de los contrastes y la seguridad del dibujo, justo en su estilizada sencillez, contribuyen a hacer de esta decoración una obra única hasta ahora en el Continente. Este es el arte que Vasconcelos, con su clara mirada de vidente, auguró para América, definiéndolo como el verdadero criollismo artístico: "un arte saturado de vigor primitivo, de asunto nuevo, combinando lo sutil con lo intenso, sacrificando lo exquisitez a la grandeza, la perfección a la invención; libre para elegir los mejores elementos de todas las culturas; sintético y vigoroso en la obra, capaz de expresar el instante, pero rico asimismo en presagios del porvenir de la raza y del espíritu individual".