El Barcelona ya está en puestos de Champions. Derrumbado no hace tantas semanas, entregado a una depresión que parecía no tener fin, regresó al Camp Nou en un partido de máxima exigencia y lo resolvió con una autoridad mayúscula, derrotando (4-2) a un Atlético que sobrevivió como buenamente pudo pero que fue barrido en todos los órdenes y que si se avanzó en el marcador apenas comenzar y se reenganchó después al partido fue por las concesiones.
habituales, del Barça en defensa y por la expulsión, chistosa, de Dani Alves, protagonista de excepción para bien y para mal en su retorno al estadio como azulgrana.
Como antes. Fue un Barça-Atlético a la vieja usanza, de esos partidos con goles, polémicas y expulsiones y que provocó, por fin, que la hinchada, tan alejada de la pasión en los últimos tiempos, retomase el carácter de antaño. Hasta Xavi, siempre educado y paciente, perdió los estribos después de la expulsión de su hermano (segundo entrenador) y se ganó una amonestación.
Hacía falta. La ausencia de fútbol en el Camp Nou durante más de un mes, la entidad del rival, la trascendencia del partido y la ilusión de las caras nuevas provocaron ambiente especial. Con casi 75 mil aficionados en la grada y la sensación de enfrentarse a un partido de aquellos que pueden marcar la temporada. Si el tiempo se va acabando y los errores cada vez son más peligrosos, el duelo ante el todavía campeón se sabía trascendental y el Barça respondió al examen con mejor nota.