No soy famoso. Los escritores de a pie rara vez lo somos. Pero soy periodista. Y con ese sentido narro mi testimonio.
Era domingo 09 de enero. La preocupación llegó a la par de los síntomas. México es un país de oficina, de lunes a viernes. Era evidente que en ese momento no tenía opción. Solo la espera.
Lunes 10 de enero. Los síntomas empeoraron. Con el antecedente de un brote en mi círculo laboral cercano, era más que necesario realizarme la prueba.
Las mismas noticias de los medios laguneros lo advertían. En instituciones públicas, como el IMSS, la espera era hasta de 16 horas para acceder a un diagnóstico. El aguardar por uno, era sinónimo de una aglomeración suficiente para el desespero o el antojo de contagiarse si no se estaba ya contagiado.
En laboratorios privados, el costo por una prueba PCR superaba los 2 mil 500 pesos. La de antígenos, conocida como prueba rápida, pero también suficiente para detectar el virus, era más económica; sin embargo, el escenario en ambas era el mismo. Conseguir una cita para realizarse una era sinónimo de esperar al menos tres días.
Resultados de la cuarta ola, me decían los conocidos. Y no está de más decir que así lo estaba viviendo. Coahuila atravesaba una de sus peores semanas en toda la pandemia, con días por encima de los mil contagios. Aunado a esto, en La Laguna, enero es históricamente el mes de más bajas temperaturas y, como decimos los de aquí autóctonos, en la región sólo parece haber dos tipos de clima, el tremendo calor o el tremendo frío. Estos cambios en temperaturas tienen impacto en nuestro sistema inmune, al menos dentro de la sabiduría de las abuelitas. Y, creyentes o no de una ciencia que podría tumbar tales aseguranzas, lo cierto es que a todos en algún momento nos pegan. Y lo menos que hacemos es preocuparnos.
¿Resultados de la cuarta ola? Sí. Más allá del incremento real en los contagios, experimentamos histeria social, o como podría decirse en palabras comunes, sensación de estar enfermos de algo más, con cualquier síntoma o conocimiento de contagio.
Ya era media mañana del lunes. Además de los síntomas, por los antecedentes de “soldados caídos” a mi alrededor, mi círculo cercano incrementaba también sus dudas y me orillaba a buscar opciones al menos por la muy necesaria responsabilidad ciudadana de no arriesgarlos.
Si usted cree en Dios, puede llamarlo bendición. Si cree en otras fuerzas, podemos decirle suerte o destino. Pero, el mismo día que lo quería, conseguí la cita para una prueba de antígenos.
Al llegar al laboratorio, entendí nuevamente la magnitud. El lugar está en el Centro de Torreón, pero al menos en las cuadras a la redonda, el ambiente no es el mismo de quienes acuden a realizar compras, sino uno tenso y pesado.
Las filas para quienes buscaban la suerte de una prueba sin cita eran de mínimo 50 personas e incluso para quienes habíamos corrido con fortuna, la espera para ingresar rondaba la hora. En el interior del sitio se olvidaba la sana distancia y aunque apenas era mediodía, el personal ya reflejaba un evidente cansancio…
Nos seguimos leyendo la próxima semana…