Durante muchos años, la comunidad científica ha debatido cuál es el origen del carbono orgánico encontrado en el meteorito.
Washington.- Un estudio publicado este jueves determinó que las moléculas encontradas en un meteorito procedente de Marte y que llegó a la Tierra no tienen origen orgánico, sino que se sintetizaron como resultado de interacciones entre agua y rocas hace 4,000 millones de años.
El estudio, llevado a cabo por la Institución Carnegie para la Ciencia de Estados Unidos y publicado en Science, halló que en Marte se produjeron interacciones entre agua y rocas similares a las que ocurren en la Tierra, y que las rocas marcianas experimentaron dos procesos geoquímicos importantes.
El primero de ellos, bautizado como serpentinización, ocurre cuando rocas ricas en hierro o magnesio interactúan químicamente con agua en circulación, lo que cambia su mineralogía y produce hidrógeno.
En segundo, conocido como carbonización, implica la interacción entre rocas y agua un poco ácida que contenga dióxido de carbono disuelto, y que resulta en la formación de minerales carbonizados.
El meteorito del que se extrajeron las moléculas, Allan Hills (ALH) 84001, fue descubierto en la Antártida en 1984 y es considerado uno de los proyectiles más antiguos en alcanzar la Tierra desde Marte.
Las moléculas orgánicas que normalmente se asocian a la vida, aunque también pueden ser creadas en procesos no biológicos como este contienen carbono e hidrógeno, y a veces también incluyen oxígeno, nitrógeno, sulfuro y otros elementos.
Durante muchos años, la comunidad científica ha debatido cuál es el origen del carbono orgánico encontrado en el meteorito, con posibilidades que iban desde la actividad volcánica hasta impactos sobre la superficie de Marte y los restos de antiguas formas de vida."Analizar el origen de los minerales del meteorito puede servir como una ventana que revele los procesos geoquímicos que ocurrieron temprano en la historia de la Tierra, así como el potencial de Marte para ser habitado", indicó en un comunicado el científico que lideró el estudio, Andrew Steele.