Acá entre nos, todos sabíamos que llegaría el momento de despedirnos de él, pero ahora que se fue, solo nos queda pedir que a él también le vaya bonito y que las leyes divinas, como las del monte, sean justos con él.
Ha muerto un grande. 81 años nos duró.
Domingo por la mañana, en una fecha de especial afloramiento de emociones para los mexicanos. Pero, además de narrar los rezos guadalupanos, los medios, las voces sociales y las pláticas de dentro y fuera de estas fronteras contaban, entre lamentos, su partida.
¿Quién hay que no sepa que hablo de Vicente Fernández? ¿Dónde está aquel que no conozca sus canciones, especialmente en los más dolidos momentos de embriaguez? ¿O cuál habitante no solo de México, sino cualquiera que porte un corazón y una historia, no es digno de identificarse con alguno de esos temas, lo mismo de hermosos cariños que de llantos y almas hechas pedazos?
Leyenda, símbolo, parteaguas, emblema. Todos esos y más calificativos le quedan.
Grabó 80 álbumes, tanto en vivo como en estudio, y vendió alrededor de 76 millones de copias de éstos; además, dejó varias decenas de temas inéditos. Participó en 30 películas y una telenovela. Ganó 3 premios Grammy, 8 premios Grammys Latino, 1 premio Grammy Latino Especial. 14 premios Lo Nuestro, 1 premio Lo Nuestro Especial. Miembro del Salón de la Fama Billboard Latino, obtuvo su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, en 1998. Tiene su propia calle en La Villita, Chicago, Illinois, desde 2012 y fue Mister Amigo, en Brownsville, Texas, en 1977.
Conocido como El Ídolo de México, El Sinatra de las Rancheras, El Rey de la Canción Ranchera, El Cuarto Gallo, El Charro de Huentitán o simplemente “Chente”, con todo el cariño de los mexicanos, era una persona igual de grande como artista que como ser humano.
Se cuenta que en Los Tres Potrillos, rancho que será abierto para despedirlo, no tenía empacho para saludar o tomarse fotografías con quien se lo solicitaba.
Hay innumerables curiosidades en torno al ídolo mexicano, algunas tan impresionantes como que conocía con estricta memoria el nombre de todos sus caballos, que tenía una colección de huevos pintados a mano, que de adolescente trabajó como lavacoches, albañil, bolero, mesero y lavaplatos, que fue el cajero en un restaurante de un tío en Tijuana, y que su primer sueldo como cantante fue de 35 pesos, en La Calandria Musical, programa del canal 6 de Guadalajara, donde ganó un concurso.
Se dice que sus trajes siempre fueron su sello y estos eran confeccionados con hilos de oro. Cada uno llegaba a pesar alrededor de 10 kilos. Lucio Díaz Ugalde fue su sastre durante décadas. Varios de sus vestuarios los regaló a jóvenes talentos; sin embargo, conservó el traje que usó en su concierto de la Plaza México, donde congregó a 54 mil personas el 15 de septiembre de 1984. Tenía un sombrero que en su interior llevaba la imagen de la Virgen de Guadalupe. Hecho curioso que se haya ido en su fecha.
Más allá de esto, la profundidad de su voz y sus canciones, hacen que su partida ponga fin a la época dorada de la música ranchera, un género musical que trasciende lo puramente artístico para expresar una manera de sentir la vida.
Heredero de los grandes intérpretes de corridos y rancheras, Vicente Fernández deja ahora un gran legado al mundo de la música mexicana. Aunque será difícil que alguien llene su ausencia, ojalá que no falte quien al menos la haga más llevadera recordando sus grandes momentos y temas.