“Si muero antes que ella, le voy a dejar todo lo que tengo. Nadie más va a ver un centavo, salvo mis gatos”.
Quería envejecer con ella, mucho antes de saber que la potencia electrizante de su voz se apagaría a los 45 años, Freddie Mercury prometió en una entrevista que iba a amar a Mary Austin “hasta el último suspiro”. Era 1985, y el cantante no dudó: “Si muero antes que ella –dijo–, le voy a dejar todo lo que tengo. Nadie más va a ver un centavo, salvo mis gatos”.
Por entonces estaba convencido de que sólo Austin y tal vez Jerry, el gato que compartieron en sus seis años de convivencia, entre 1970 y 1976, lo habían correspondido por completo en el amor. Y lo explicaba sin vueltas: “Puedes ser la persona más sola del mundo, aunque seas amado por miles, y la frustración es aún más grande, porque es difícil para los demás entender tu soledad. Todos aman a la estrella pop, nadie ama al verdadero Freddie Mercury”.
En el pico de popularidad de Queen, Mary era la única que se atrevía a decirle la verdad y hasta a mandonear a ese rockstar caprichoso y rodeado siempre de un entorno adulador en el que lo habían convertido la fama y los multitudinarios shows. Y para él era evidente: decía que sólo ella lo hacía realmente feliz. “Puedo tener todos los problemas del mundo –repetía–, pero si tengo a Mary, sé que puedo atravesarlos”. Pues ella lo conocía de verdad y lo quería.
Lo cuenta la escritora Lesley-Ann Jones, que participó de varias giras de la banda en los ochenta, cuando Mary ya era la asistente personal del músico. Fue la manera en que Freddie se aseguró de tenerla cerca cuando su noviazgo terminó. Esa y otra más, mucho más literal: se mudó a una casa en Stafford Terrace, desde donde podía ver su departamento por la ventana, como muestra Bohemian Rhapsody, la biopic de 2018 por la que Austin ganó más de 51 millones de dólares en regalías. La película, que echa luz sobre la historia de la lealtad inclaudicable entre músico y la mujer a la que le dedicó ese himno de los amantes que es Love of my life (1975), fue acusada de hacer straight-washing, es decir, de centrarse en esa relación heterosexual cuando, si bien Mercury nunca habló de su sexualidad, fue un ícono gay de su tiempo. De hecho, vivió hasta sus últimos días con su novio Jim Hutton, con quien mantuvo una relación desde 1985.
Mary tuvo tres hijos y Freddie fue el padrino del mayor– impidió que siguiera llamándola siempre su “esposa legal”. Se habían separado quince años antes y jamás llegaron a casarse, pero, hasta su último suspiro, el 24 de noviembre de 1991, él dejó en claro que nadie iba a ocupar nunca el lugar de Austin: “Todos mis amantes me preguntan por qué no pueden reemplazar a Mary, pero es simplemente imposible. Es la única amiga que tengo, y no quiero a nadie más. Para mí es mi esposa. Para mí fue un matrimonio. Creemos el uno en la otra, y eso es suficiente para mí.” Y esa confianza trascendió su muerte. Como había anticipado siempre, le dejó a la mujer de su vida toda su fortuna; también su mayor secreto póstumo: dónde sería enterrado.
Se habían conocido en 1969, cuando Austin tenía 19 años y era vendedora en la mítica boutique Biba, epicentro del Swinging London. Freddie tenía 24, y aún en ascenso, solía ir al local con el guitarrista Brian May, que salió un par de veces con Mary antes de que su compañero le confesara que se había enamorado de ella, y le pidiera permiso para invitarla. “Al principio, la mayoría de las veces venía con alguien. Sonreía, decía ‘hola’ y pasaba –cuenta ella en el documental Freddie Mercury -The untold story–. Pero sus visitas se hicieron cada vez más frecuentes. Habrán sido cinco o seis meses hasta que finalmente me preguntó si quería salir con él. Cinco meses después estábamos viviendo juntos y seguimos así durante unos seis años”.
Mary era de origen humilde y su vida cambió por completo cuando empezó su romance con el músico. Lo acompañó en los primeros años de éxito de su carrera: “Crecimos juntos”, dijo en una entrevista al Daily Mail en 2013. Eran días felices: ella lo acompañaba a las grabaciones y en las largas noches que pasaba componiendo. Una Navidad le propuso casamiento con un anillo de jade, y Mary aceptó. Pero pasaron los meses, y aunque ella se ilusionó con un vestido, la propuesta se diluyó. “Nunca lo cuestioné, pero él sí había empezado a cuestionarse a sí mismo. Probablemente quería casarse, pero empezó a preguntarse si eso iba a ser justo para mí”, contó Austin sobre el final del noviazgo, cuando Mercury le reveló que era bisexual. “No creo que seas bisexual. Creo que sos gay”, le dijo ella.
Fue el final de la convivencia, pero también el momento en el que se selló la confianza infinita y la certeza de que en ella iba a encontrar una voz capaz de hablarle con la verdad y de igual a igual, si era necesario como si no fuera un rockstar. No pensaba que ella iba a apoyarlo, pero se encontró con la forma del amor más sincera: “Mientras me lo decía, lo vi más feliz y relajado. Y me hacía feliz verlo feliz, porque ser gay también era parte de lo que yo amaba en él. No podía negarle eso porque lo nuestro era amor en serio, y el verdadero amor entiende y acepta”.
Ese día, Freddie la abrazó y le dijo que, sin importar lo que pasara, quería que fuera parte de su vida para siempre. “Creamos una rutina de una vida fuera de lo convencional. Si había una comida yo me sentaba junto a él, de un lado, y su último novio, del otro”, recordó Mary.
Austin fue la primera en saber que el cantante de Queen tenía VIH, el médico la llamó a ella para darle los resultados, porque Mercury, que sospechaba lo que tenía, se negaba a atender el teléfono. Mary fue un apoyo incondicional en sus últimos días, cuando se turnaba con Hutton y otros tres amigos cercanos para acostarse en su cama y acompañarlo. Una tarde, se despertó se despertó de un sueño de morfina y al verla sentada a su lado, sonrió: “Ahí estás, mi amiga más vieja e incondicional”. Por esos días fue cuando Mercury le reveló que tenía pensado dejarle el 50 por ciento de los derechos por las futuras ganancias de su imagen y sus discos, y la mansión Garden Lodge, en West Kensington –valuada en US$22 millones–, en la que Mary vive hasta hoy, a sus 70 años. “Si las cosas hubiesen sido distintas, vos serías mi esposa y todo esto sería tuyo de todas formas”, le aseguró cuando ella intentó convencerlo de que era demasiado. También le advirtió que no iba a ser fácil, y que los demás no iban a entenderlo. “Y me alegro de que lo hiciera, porque los celos y la envidia me golpearon como un tren bala japonés –dijo Mary en aquella entrevista de 2013–. Fue muy doloroso. Me había dejado tanto y, a la vez, ¡tanto de qué ocuparme! Llegué a pensar que no iba a poder”.
Tras la desaparición de Mercury, Hutton, un peluquero irlandés que solo recibió 600 mil dólares, denunció que había sido echado de Garden Lodge aún pese a que el cantante quería que siguiera viviendo ahí. Usó la herencia para volver a Irlanda, donde escribió un libro sobre su relación con Freddie. Le había tocado compartir con el ídolo sus años más dolorosos y una viudez menos reconocida que la de aquella primera novia que Freddie eligió para que fuera el amor de su vida hasta después de su muerte. El mismo era seropositivo, aunque los avances en el tratamiento del virus evitaron que muriera de sida como Mercury: murió de cáncer de pulmón, en 2010.
Pero el desafío más grande para Mary fue ser la guardiana del destino final de las cenizas de su amigo. “No quería que nadie intentara desenterrarlo, como había sucedido con otras personas famosas. Los fanáticos pueden ser profundamente obsesivos. Él quería que fuera un secreto y seguirá siéndolo”, dijo Mary.
Los dos primeros años, mantuvo el cofre con los restos de Freddie en su cuarto de la mansión de Kensington. “Fue difícil encontrar el momento. No quería que nadie sospechara que estaba haciendo algo fuera de lo normal. Una mañana simplemente me escabullí de la casa con la urna. Tenía que parecer un día normal para que nadie sospechara”, contó. Unos días antes había llamado a sus padres, Bomi y Jer Bulsara, a una ceremonia íntima en Garden Lodge en memoria de Mercury. Pero ni siquiera ellos supieron cuál sería el lugar en el que iba a descansar para siempre su hijo.
Se especuló con que habrían regresado a su Zanzibar natal, con que habrían sido enterradas bajo un cerezo en el jardín japonés de la misma Garden Lodge, y con que estaban en el cementerio de Kensal Green bajo otra identidad. Austin desmintió cada versión y se mantuvo fiel a su promesa: “Nadie nunca sabrá dónde están enterradas porque ese fue su deseo”. En la docuserie Freddie Mercury: A Life in Ten Pictures, que la BBC presentó este año para homenajearlo a treinta años de su muerte, le preguntan por él a Mary: “Me dejó mucho, pero perdí lo más importante, porque él era mi familia, mi vida. Aparte de mis hijos, Freddie era todo para mí. No se parece a nadie que haya conocido y a nadie que pueda llegar a conocer. Fue mi gran amor, hubiera preferido irme antes que él.”