Aldo estudia una maestría en kinesiología "y quiero buscar un trabajo de terapeuta".
CINCINNATI, EU.,- Todavía le tiemblan las manos, no puede creer que ha logrado que Raúl Jiménez le firme la playera del Wolverhamton. Ve la rúbrica una y otra vez. Sonríe, incluso contagia un poco de esa emoción. La de Aldo Rosales es una sonrisa pura, de esas que genera el futbol en su estado más orgánico, alejado del bullicio y más cercano a su gente.
Fueron unos minutos, ni diez quizá, pero el acercamiento que tuvieron los jugadores de la Selección Nacional con el centenar de aficionados que se dieron cita en el hotel de concentración a la salida del equipo rumbo a la práctica es uno de esos valores que se habían perdido por la pandemia, pero también por la impersonalidad que a veces acompaña al equipo.
Aficionado del América, oriundo de Tala, Jalisco, "salí a las 2:30 de trabajar y vine para acá. He estado desde el lunes y estaba esperando esta firma", comparte este aficionados, que como muchos otros, abandonaron sus labores para sentirse cerca del conjunto tricolor. "No tengo boletos para el partido, pero cuando dijeron que iban a estar aquí estaba muy sorprendido y decidí venir".
Además de trabajar, Aldo estudia una maestría en kinesiología "y quiero buscar un trabajo de terapeuta". Eso, dice, espera que suceda en no mucho tiempo. Por lo pronto disfruta de estar cerca de los ídolos, aunque sea solamente para verlos por unos minutos. Antes de que Jiménez le firmara la camiseta del Wolverhampton -con la que posa orgulloso-, en los días previos, había conseguido autógrafos de Henry Martín, Sebastián Córdova y hasta de Luis Romo, aunque sea jugador del Cruz Azul.
Y como él muchos otros, que seguramente verán el juego ante Estados Unidos del próximo viernes en Cincinnati por televisión, pero que tan lejos de casa resulta reconfortante sentirse cerca del hogar cuando en su ciudad esta la Selección Nacional.