Todos los días los choferes del transporte colectivo salen a la calle con la fe de que su jornada sea mejor que la de ayer
El calor se dejaba sentir con todo y que el cielo estaba “aborregado”. Los rayos del sol pasaban entre las nubes y, como sucede en esta ciudad, quemaban la piel. Faltaban 15 minutos para la una de la tarde y sobre el bulevar San José, a la altura de la clínica 86, se veía un camión color blanco que al frente portaba la leyenda de “Directo”, indicando la ruta con destino a la Zona Centro.
El micro avanzaba lentamente y conforme estaba más cerca se escuchaban las notas musicales al ritmo del acordeón y el bajo sexto. Era evidente que la música provenía del interior de la unidad de transporte colectivo que, por el sofocante calor de 38 grados, traía su puerta y ventanas abiertas.
Pocos pasajeros
A bordo de la unidad viajaban tres personas más que ya habían subido. Uno de los pasajeros era un joven que de seguro no rebasaba los 25 años. Era obvio que la música de Los Traileros del Norte que el chofer traía en su estéreo no le interesaba, y por eso tenía puestos sus audífonos.
En otro asiento, justo en la parte posterior del conductor, otro muchacho mostraba un rostro de preocupación y continuamente levantaba su brazo izquierdo para mirar la hora en su reloj. La unidad con capacidad para 25 personas trasladaba también a un hombre de mayor edad que parecía disfrutar la música, pues su pie derecho marcaba las notas musicales y, por momentos, parecía que bailaba en su asiento.
Aunque la unidad no iba a gran velocidad, por las ventanas se colaba una ventisca cálida que hacía surgir gotas de sudor de los rostros de los pasajeros. Había avanzado tan solo tres cuadras y el camión detuvo su marcha. Enseguida fue abordado por una mujer que, tras pagar su pasaje, se acomodó en la cuarta fila de asientos.
Fue justo frente al cruce del bulevar San José y la avenida Oriente donde el chofer detuvo su marcha. No habían pasado ni 15 segundos, pero por el calor parecía que tenía horas parado en ese lugar. Al lado izquierdo y con paso acelerado se veía un hombre que, como si fuera un torero, evadía algunos autos que iban circulando sobre la transitada arteria. Al final logró salir airoso para subir al colectivo cual verdadero triunfador.
Complicado
Desde su salida de la terminal de la Directo, como se le conoce a la base de los camiones, la unidad solo logró que abordaran cinco pasajeros. Esa cantidad de usuarios representó para el chofer un ingreso de solamente 50 pesos. En el resto del trayecto nadie más subió, al menos hasta la estación ubicada en el cruce de Pape y Ecuador.
Rogelio De la Cerda, el chofer, ya había invertido 130 pesos para la gasolina de la “vuelta”, como ellos le llaman recorrido. Evidentemente faltaba que subieran al menos 8 pasajeros más para recuperar la inversión ya realizada y poder decir, al menos, que el recorrido salió parejo: ni con ganancias ni con pérdidas.
El propio Rogelio dejó en claro que trabajar en el transporte es muy complicado, pero con todo eso sostuvo que las bajas ganancias que obtiene al día se pueden considerar como algo bueno porque, de quedarse en su hogar, no lograría absolutamente nada.
La unidad siguió su rumbo. Dentro de ella su piloto puso la mirada al frente, confiando en que a su paso los usuarios aparecerían y la abordarían. Poco a poco el sonido de la música se fue perdiendo en la distancia y, como si fuera parte del destino que tratara de explicar cómo se vive a diario el trabajo de un chofer de unidad colectiva, la letra de la canción decía: “No hay problema, no hay problema y yo te voy a olvidar”.