De su interior bajan seis soldados con una hielera azul con 80 dosis de la vacuna
JUCHITÁN, Oax.,- Aislada por casi 12 años por un conflicto limítrofe, a Santa María del Mar, comunidad ikoots que se ubicada en el litoral del golfo de Tehuantepec y es cercada por el océano Pacífico y una laguna inferior, las vacunas contra el Covid-19 llegaron tras volar en helicóptero y recorrer un desierto que por momentos es arena y por momentos mar.
Para llegar a este agencia de Juchitán, una de las cuatro comunidades ikoots asentadas en el Istmo de Tehuantepec, se tiene que salir desde la población de Álvaro Obregón, tomar un angosto camino de terracería y llegar a la barra Santa Teresa, una pequeña porción de tierra que divide la masa de agua de ambos mares.
Pero en esta época del año el calor ha evaporado parte del agua de la laguna y la tierra le gana espacio al mar, así que la Brigada Correcaminos tiene que cruzar un desierto de arena que a lo lejos parece tierra firme, pero que está sembrada de zonas muy húmedas que podrían atascar a cualquier vehículo.
O de lo contrario, de zonas tan secas y con arena tan densa que son imposibles de recorrer. Todo mientras el viento sopla con toda su fuerza, levanta la arena y borra el camino. La única opción es seguir las llantas marcadas en la tierra de los vehículos que han pasado previamente.
Tras este recorrido llega el momento crítico: hay que cruzar el mar muerto, esa pequeña brecha de agua salada de la laguna inferior. Aquí no hay guías, sólo el instinto.
Es una distancia aproximada de kilómetro y medio dentro del agua, con una profundidad que hace factible el paso de vehículos pero donde un descuido puede dejar a cualquier transporte varado.
El viento golpea el agua como una mano gigante, salpica arena, sal y agua por todas partes, como impidiendo el paso; las llantas hacen olas en el mar que van contra la corriente que genera el viento, es una lucha constante. Un kilómetro y medio se percibe como diez dentro del agua y el viento.
Por fin la brigada llega a la otra orilla y el camino continúa así por cinco kilómetros más hasta la agencia municipal de Santa María del Mar, a donde llega la camioneta de la Sedena. De su interior bajan seis soldados con una hielera azul con 80 dosis de la vacuna, listas para inmunizar a toda la población de más de 60 años de este pueblo del mar.
Llenos de dudas
Son las 7 de la mañana en esta comunidad que ha rechazado el horario de verano. Santa María del Mar es un pueblo pequeño, con una iglesia soportada por vigas que aún refleja los estragos del terremoto de 2017.
En el centro de la comunidad está un pequeño parque, tiene un quiosco color rosa intenso, algunos juegos infantiles, luego una fuente de color anaranjado con vivos en verde claro. Hay algunas jardineras y doce bancas de cemento pintadas de colores vivos y con motivos marinos: ballenas, calamares o camarones.
Frente al parque está la agencia municipal y entre ambos se encuentra un domo para realizar las asambleas comunitarias, es bajo la sombra de este domo que se instala el módulo de vacunación.
En pocos minutos todo está listo, personal de Bienestar y de Salud, junto con militares están preparados para comenzar, pero no hay personas que quieran ser vacunadas.
Aquí prevalece el miedo. Muchos habitantes han recibido información falsa sobre la dosis y piensan que si se la ponen, morirán. Otros dicen que la intención del gobierno es matar a los adultos mayores, así que el temor al Covid se enfrenta con la desconfianza en la vacuna.
Hermenegilda Mateo Cruz tiene 76 años y es la primera en llegar. No tiene miedo y esta convencida que la vacuna le ayudará. Asegura que se ha puesto todas las vacunas desde niña, que ninguna le ha hecho mal y que esta no será la excepción. Su esposo no quiso vacunarse, así que llegó sola.
Son las 8:30 de la mañana. Hermenegilda es la única dispuesta a vacunarse y lleva una hora y media en espera. La brigada no puede arrancar y vacunar porque cada frasco contiene 10 dosis, así que deben esperar al menos que se junte una decena de personas para abrir un frasco.
Un poco más tarde llega Raúl Gonzáles. Tiene 78 años y de joven fue pescador, pero luego decidió trabajar en el campo, siembra maíz, frijol y calabaza para auto consumo, pero su economía se basa en sembrar ajonjolí. Lleva más de treinta años haciéndolo, pero los conflictos y el aislamiento de los últimos años han provocado que los precios del ajonjolí se desplomen, sumado a la gran dificultad de mover su producción fuera de Santa María del Mar.
Raúl tampoco tiene miedo de vacunarse. Su preocupación más grande es llegar pronto a su campo para trabajar su ajonjolí. Dice que confía en los militares y en que la vacuna le hará bien.
Los minutos pasan y algunos curiosos se acercan, otros se pasean por el parque, observan, algunos incluso se sientan en la sala de espera, pero se niegan a vacunarse. Poco a poco algunos ancianos van tomando ánimos y acceden a registrarse.
A las 9 de la mañana ya hay cuatro personas, pero aún faltan seis, mientras en los altavoces del pueblo se vocea la invitación, primero en ombeayiüts, su lengua, y luego en español.
Germán Castillo no tiene intención de vacunarse. Tiene 62 años, es policía municipal y se encuentra desde primera hora en el lugar. Ya faltan muy pocos para juntar a los primeros 10, así que entre todos los policías lo convencen de tomar la vacuna, hasta que accede.
Son las 9:25 horas. Los curiosos cada vez son más, el personal aprovechan para dar una breve plática sobre la vacuna a las personas que esperan y logra convencer a algunos.
La explicación termina y las preguntas comienzan. Raúl González, de 78 años, es el primero en levantar la mano. "¿Después de que me pongan la vacuna, puedo irme a trabajar al campo?", cuestiona.
El médico militar responde que sí, pero le recomienda tomarse el día, descansar en casa y no asolearse. Muchos alzan la mano, la mayoría de las preguntas se enfocan en los rumores, así que el personal médico los desmiente y vuelve a explicar los riesgos de la vacuna.
Finalmente, se destapa el primer frasco de la vacuna a las 9:40 de la mañana.
Delfino Valdivieso, de 89 años de edad, es el primero en ser inmunizado y la sala de observación deja de estar vacía. Pronto, junto a Delfino se encuentra Hermenegilda y Raúl, después llega Germán, sonriente, con su uniforme de policía.
Ya en la fila y a punto de ser vacunada una mujer duda, se niega a recibir la dosis. El médico militar, con jeringa en mano, se detiene, le explica que no está obligada a ser vacunada, que es su derecho negarse, pero que la vacuna es buena y le hará bien.
La mujer pide garantías que el médico no puede dar y la enfermera interviene. Toda la plática transcurre en calma, en la sala de espera todos observan la pausa, después de casi cinco minutos, la mujer accede, el médico militar introduce la aguja mientras la enfermera le sonríe con la mirada y la mujer le devuelve el gesto.
Una vez vacunada, la mujer no va a la sala de observación, sino regresa a la sala de espera, abraza a una amiga que se encuentra ahí, cruzan algunas palabras, luego retoma su camino junto a Hermenegilda y las demás personas.
La jornada sigue y los altavoces no dejan de invitar a la población mayor de 60 años a vacunarse, algunas autoridades de la agencia van de casa en casa buscando y convenciendo, acompañándolas al domo, donde militares y personal de salud explican con paciencia todo el proceso y la seguridad de la vacuna, resuelven dudas y aplican la dosis a quienes acceden.
Al finalizar el día se logra inmunizar sólo a 36 personas. La brigada recoge todo y emprenden el largo camino de vuelta.