En Jicotlán no ha nacido un bebé en 3 años

Los habitantes más jóvenes de esta comunidad de la región Mixteca de Oaxaca son dos niñas y un niño de casi tres años

SANTA MAGDALENA JICOTLÁN, Oax.- Desde hace tres años, en Santa Magdalena Jicotlán no ha nacido un sólo bebé. No es una forma de hablar. Los habitantes más jóvenes de esta comunidad de la región Mixteca de Oaxaca son dos niñas y un niño de casi tres años. Antes de ellos hay otro vacío, así que la siguiente es una pequeña de seis. Por algo, dicen sus pobladores, son el municipio con menos gente de todo el país.

Dice el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en su Censo de Población y Vivienda 2020, que en Jicotlán viven 81 personas y apenas hay una treintena de casas habitadas. Esa son las cifras oficiales, pero cuando se comienzan con las cuentas, resulta que en el municipio lo que más hay son ancianos, así que en realidad son mucho menos los habitantes que día a día transitan por sus calles.

Jicotlán está en la región más marginada, más olvidada y más vacía de México: La Mixteca oaxaqueña. Nunca los ha visitado un Presidente de la República, tampoco un gobernador. Y comparte territorio, por ejemplo, con Santos Reyes Yucuná, considerado como el municipio más pobre del país. Es por ello que no es casualidad que la migración sea también el destino compartido de sus habitantes, pues este pequeño pedazo deshabitado de territorio, también ve cada año partir a sus hijos en busca de algo que aquí no existe: una oportunidad laboral.

Los que se quedan

Leticia Márquez López es una de las pocas mujeres que nunca se ha ido de Santa Magdalena Jicotlán. Tiene 49 años y desde hace 14 se ha desempeñado como policía municipal. Este 2021, por primera vez está ejerciendo un cargo diferente, el de Regidora de Hacienda. En realidad, todos los pobladores de este municipio tienen que desempeñar algún cargo comunitario. De las 32 personas que tienen entre 18 y 55 años, la mitad sirve un año y medio y la otra mitad descansa. Luego, se invierten los papeles.

Entre los cargos que deben ser asignados por los votos de la asamblea se incluyen desde los cinco que conforman el Cabildo, como presidente municipal, síndico y regidores, hasta los que se encargan de la seguridad pública, como los ocho policías. Nadie que haya cumplido la edad reglamentaria puede excusarse de servir, aunque no es necesario, porque Leticia asegura que en el pueblo todos saben que son tan pocos, que participan con gusto.

En su familia, por ejemplo, su hermana María de Jesús y su padre, Amador, se han desempeñado como presidentes municipales y es cuestión de tiempo que el cargo le toque a ella. "Hace un año estuvo de presidenta mi hermana y funcionó sin problema. Nadie se opone a servir. Dicen que somos como 81 personas, pero sólo son 32 las que dan tequio, que asisten a las reuniones de Cabildo y sirven en cargos, por eso nos turnamos cada año y medio", dice alegre Leticia.

A la regidora de Hacienda se le nota el orgullo cuando habla de Jicotlán y tienes razones para ello. Una de ellas es que en el municipio no recuerdan cuándo fue la última vez que se cometió un delito. La limpieza de sus calles y su plaza principal adornada con un parque es otra. Y una más es la torre del reloj que cada hora anuncia con campanadas el paso del tiempo y que junto con la iglesia le da un aire europeo a todo el conjunto. Todos, en algún momento, participan para el mantenimiento de la belleza este primer cuadro.

"Somos pocos, pero cumplimos con la comunidad. Vivimos del campo, cada año se siembra y se mantiene uno con la misma cosecha. Antes había más gente, hace como 30 años había unos 40 niños, pero con el paso del tiempo se han ido".

Según los cálculos de Leticia, que son los mismos de la autoridad municipal, además de los 32 ciudadanos en servicio, en Santa Magdalena Jicotlán actualmente habitan seis niños en edad escolar, de entre 6 y 12 años y 16 adultos mayores de 65 años, mismos que son beneficiarios del programa federal del mismo nombre, el resto de ancianos todavía no llega a la edad para recibir dicho apoyo.

Aunque en general los pobladores se sienten orgullosos de su comunidad, por razones como ésta Leticia lamenta este éxodo que no termina y que se ha agudizado en los últimos 30 años, pues cuenta que en ocasiones han llegado programas de gobierno que al no encontrar un padrón suficiente no pueden aplicarse. "Si fuésemos más habría más cosas, más apoyo al municipio", repite.

Pero ese deseo está lejano. De hecho, en Jicotlán ahora hay menos gente que hace 10 años y así lo indica el censo de 2010, que arrojó que en este sitio, por entonces había 93 personas, 12 menos que las 81 que lo habitan actualmente y que en promedio habitan tres por cada uno de los 27 kilómetros cuadrados de superficie con los que cuenta.

Además, ha habido intentos por cerrar la única primaria y no cuentan con jardín de niños ni secundaria. Tampoco hay sacerdote ni médico, así que la Casa de Salud lleva más de tres años cerrada, con algunas visitas esporádicas del personal para traer medicamentos.

Es por eso que Leticia no juzga a quienes deciden dejar la comunidad para buscar un sitio menos vacío. En su familia, por ejemplo, de 10 hermanos, siete se fueron y algunos llevan más de 50 años habitando en la Ciudad de México. De hecho, la fiesta patronal, que se celebra en julio, es prácticamente celebrada en honor de aquellos que se fueron, pero sin arrancarse, y cada año vuelven a su raíz.

"Aquí no hay cómo seguir viviendo, no hay empleos y los jóvenes tuvieron que migrar para buscar trabajo y mantener a su familia", explica la regidora, quien comparte que las únicas fuentes de trabajo son tres tiendas y dos personas que elaboran pan de sal y de manteca. No hay ningún negocio más.

"Sí se ha pensado que así como estamos, con el tiempo, nos manden a otro municipio, que quedemos como agencia, por eso es que los que estamos, cuidamos y los mantenemos", agrega Leticia.

Incluso ese oficio, el de panadero, podría extinguirse, pues Laurentino Espinoza es el único de su familia que lo conserva como desde hace tantos años, heredado por sus abuelos, desde la siembra del trigo y la elaboración de la harina.

Todos los viernes por la tarde, este hombre de la tercera edad hornea el equivalente a tres bultos de trigo, mismo al que agrega pulque de Llano Grande, una comunidad vecina. Actualmente, con él trabajan 4 personas de su familia, pero el resto se ha ido, pues ni el pan los detuvo. De sus cinco hijos, tres migraron.

"En lo que estoy, hacemos pan. Cuando muera a ver quién sigue, no hay quien siga el oficio", lamenta Laurentino.

Los que se van

Para llegar a Santa Magdalena Jicotlán, es necesario seguir la carrera que va de la ciudad de Oaxaca a la capital del país y adentrarse por un camino de terracería que se extiende por varios kilómetros, desde donde se observa la planicie desertificada de la Mixteca y su característico suelo de piedras blancas, como si fueran huesos.

Para Rolando Cruz San Pedro, originario de este municipio, pero que migró hace 51 años a la Ciudad de México y vive desde hace más de 20 en Huajuapan de León, precisamente la ubicación de Jicotlán es la que ha sido bendición y castigo. "Es el municipio más exclusivo del país, sin lugar a dudas", dice sonriente.

Rolando explica que la comunidad surgió como un pueblo de arrieros que se encontraba en la ruta comercial de Tehuacán, Puebla, gracias a lo que tuvo un importante florecimiento económico que aún se observa en las antiguas construcciones que aún se observan, abandonadas, pero que "dan fe de lo que fue este pueblo".

El problema, agrega, fue que en 1940, cuando se construyó la carretera Panamericana, los arrieros dejaron de caminar por el territorio de Jicotlán, y al no tener fuentes de ingresos, la gente comenzó a irse.

"Viajaban a Orizaba, Veracruz a las textileras, luego a Atlixco, Puebla, y finalmente la mayor parte de paisanos están en la Ciudad de México", señala Rolando, quien se desempeña como Delegado del Gobierno de Oaxaca en la región Mixteca. En su caso, dice, los 11 integrantes su familia se arrancaron de Jicotlán en 1968, algo que ha pasado en muchas de las familias, que al tener que abandonar la comunidad sólo cierran su casa y la encargan con sus vecinos. Es por eso que hay más viviendas vacías que habitadas.

"A todos nos llama el sentimiento de estar con el pueblo, de tenderle la mano en lo que necesito. Estamos organizados en la CDMX, con una mesa directiva que apoya a la comunidad. No porque nos fuimos nos dispersamos, al contrario, en donde estamos nos mantenemos como hermanos".

Una de las cosas en las que ha apoyado Rolando, por ejemplo, es que la escuela, que funciona en modalidad unitaria y con una sola maestra, no cierre, pues considera que las clases presenciales que se daban antes de la emergencia sanitaria son necesarias para los seis alumnos que conforman el único grupo, que abarca de primero a sexto. Si terminará por desaparecer, los alumnos tendrían que viajar 40 minutos hasta Tamazulápam, para poder estudiar.

Oswaldo Hernández Nava, de 9 años, es uno de esos únicos seis alumnos de la primaria Francisco I. Madero y que comparte espacio con otros tres varones y dos niñas, una de ellas de 6 años. Lo que ninguno de ellos sabe es que al terminar su sexto grado, si quieren seguir estudiando, tendrán que dejar Jicotlán.

"Se siente bonito que hablen que es muy pequeño pero sobrevive. Si hubiera más empleo estaría más poblado, porque ahora salen de la primera y se van a diferentes lados. Si hubiera secundaria, seguirían aquí, habría más gente, pero como no la hay, tienen que migrar", coinciden todos, los que se quedan y los que se van.

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