El escapismo de Trump se produjo en una jornada esperpéntica.
Por segunda vez en poco más de un año, Donald Trump fue absuelto por el Senado de los Estados Unidos, esta vez del delito de instigación a la insurrección. Escapaba otra vez de ser condenado en un impeachment, un hito sin precedentes que deja sin castigo político el asalto al Capitolio del 6 de enero, que terminó con cinco muertos y un país temblando.
El escapismo de Trump se produjo en una jornada esperpéntica y llena de dramatismo, en la que todos los giros de guion y sorpresas finalmente quedaron -como se esperaba- destinados al fracaso en un proceso que terminó con el resultado previsto desde antes de que empezara.
La jornada sabatina se preveía ágil, un puro trámite conclusivo de una jornada de juicio de impeachment exprés que en pocas horas resolvería la nueva exoneración de Trump. Sin embargo, en un viraje inesperado, durante unas horas fue una montaña rusa. Y todo por las consecuencias de la revelación periodística de la CNN de la noche del viernes, que casi obligaba a los fiscales demócratas a exigir la citación de testigos -algo impensable hasta entonces- para que corroboraban hechos fundamentales.
Uno de los puntos fundamentales del juicio fue encontrar la respuesta a las preguntas de cuándo Trump se enteró de que estaban asaltando el Congreso, y cómo reaccionó al saber la noticia: para la acusación, su inacción era la prueba más evidente de su mala praxis y su traición a su deber como presidente.
En el reporte de CNN se detallaba una llamada del líder de los republicanos en la Cámara de los Representantes, Kevin McCarthy, a Trump durante el asalto, en la que el entonces presidente, en lugar de ponerse del lado de los congresistas y exigir el fin de la violencia, se posicionaba con la turba. Una congresista conservadora, Jaime Herrera Beutler, confirmaba que la noticia era cierta.
Ante la revelación, los demócratas apostaron por llamarla a testificar, a ella y a todos los testigos que fueran necesarios. El pleno de Senado, por sorpresa y con el voto a favor de cinco republicanos, aceptaba la propuesta. Y entonces llegó el caos: nadie estaba preparado para ese desarrollo de la trama, nadie sabía cuál era el siguiente paso, qué testigos había que llamar, cómo sería el proceso.
Empezó una lucha de diálogo y amenazas: la defensa de Trump dijo que tenía una lista de centenares de potenciales testigos para convertir el juicio en algo eterno. Los demócratas batallaban en su interior entre el deseo de seguir presentando pruebas contra Trump y la urgencia de no alargar el proceso para volver a la tarea legislativa de avanzar en la agenda del presidente Joe Biden.
Las más de dos horas que duró el impasse fueron un "pandemonium", en palabras del conservador Ted Cruz. Al final, tras muchas reuniones y conversaciones, se demostró que todo había sido un órdago que salió mal, un brindis al sol que terminó en una pérdida de tiempo: al final se acordó que nadie iba a testificar, se seguía con el procedimiento como si nada hubiera pasado.
Llegaba el tiempo de las conclusiones finales, sin nada nuevo que aportar: donde los demócratas defendían su posición de que hay pruebas inapelables de la culpabilidad de Trump, la defensa argumentaba que todo son inventos de la izquierda y los medios de comunicación, nada sustancial para demostrar que Trump instigó la violencia.
"Este juicio no es sobre Donald Trump, ya sabemos quién es. Es sobre quiénes somos nosotros", exhortaba Jamie Raskin, jefe del equipo de la acusación, quien reiteraba que el "incumplimiento del deber [de Trump] fue fundamental para la incitación" a la insurrección. "Tiene que ser condenado para la seguridad de nuestra democracia, concluyó.
Los abogados del expresidente seguían argumentando que no había pruebas, que el juicio había sido una "farsa desde principio a fin", en una retórica totalmente trumpista llena de falsedades y medias verdades. A primera hora de la tarde, el proceso terminó con el final esperado: aunque siete senadores republicanos se alinearon al bloque demócrata -el mayor número de salto partidista en un juicio de impeachment-, no fue suficiente para condenar a Trump por incitación a la insurrección y, por tanto, descalificarlo para que pueda aspirar a un cargo público en el futuro. El umbral de impunidad para un futuro presidente de Estados Unidos queda en mínimos históricos.
Sin casi tiempo para digerir, Trump emitió un comunicado felicitándose por un nuevo triunfo ante lo que determinó "una nueva fase de la mayor caza de brujas de las historia de Estados Unidos", reiterando al amenaza de que su movimiento político acaba de empezar.
Si la sesión final del juicio de impeachment fue extremadamente sorprendente, todavía lo fue más la declaración del líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, al terminar el día. Minutos después de votar para absolver a Trump, se dedicó a destripar la figura del expresidente, acusándole directamente de ser el "responsable moral y en la práctica" del asalto al Capitolio, dejándose en evidencia por la incongruencia entre sus palabras y sus acciones.
"[Los asaltantes] actuaron porque fueron alimentados por falsedades salvajes por el hombre más poderoso de la tierra, que estaba enfadado por haber perdido las elecciones", dijo el líder conservador, que no escatimó en culpar a Trump de incendiar la turba con teorías de la conspiración. Para justificar su voto, McConnell dijo que no creía que el Senado tuviera la jurisdicción suficiente para condenarlo, algo que quedó decidido y aprobado el martes en la Cámara Alta con el voto de la mayoría de los senadores.
Lo sucedido en el Congreso contrasta con la opinión pública: una encuesta difundida ayer por Ipsos/Reuters resolvió que 53% de los estadounidenses cree que no debería permitirse a Trump optar a un cargo público en el futuro.