Joe Biden, dio un discurso desde Delaware.
El fantasma de 2016 planea por encima de Estados Unidos imperturbable. Los temores de que el fenómeno Donald Trump no fuera algo pasajero, ni un accidente, ni un tropiezo en la historia de Estados Unidos, se han cumplido: el trumpismo es algo real, una de las partes en las que está dividido el país; ha llegado para quedarse, tiene fuerza y no sólo eso: tiene calibre suficiente como para pelear por la presidencia.
Sabedor de ello, abrió las puertas al peor escenario posible: se declaró falsamente ganador de las elecciones y agitó la bandera del fraude: "Esto es un fraude al país, francamente hemos ganado estas elecciones, un gran fraude, vamos a ir a la Corte Suprema y queremos que se paren todos los conteos".
Poco antes, el candidato demócrata, Joe Biden, dio un discurso desde Delaware. No habló ni tres minutos, lo suficiente para mostrarse confiado de que su candidatura "va por el buen camino para ganar" y pedir paciencia a sus seguidores. "Esto no termina hasta que se cuenten todos los votos", recordó, convencido que ganará Pennsylvania y el resto de estados del cinturón industrial, seguro de que el "muro azul" volvería a erigirse para frenar el intento de reelección de Trump.
Pero el mandatario está lejos de estar por muerto. Aunque todo el mundo veía en Trump una figura en camino al declive, lista para la derrota; el republicano demostró que está capacitado para sobrevivir, presentarse en sus mejores actuaciones, superar expectativas y marcarse una jornada electoral apoteósica, defendiendo con uñas y dientes todo su éxito, recogiendo votos por todos lados y ganando estados, uno tras otro, hasta el punto de desafiar encuestas, opinadores y expertos.
Horas antes de que se abrieran los colegios electorales, Trump estaba confiado en obtener un buen resultado, y todavía es posible que lo consiga. En el estado del recuento pasada la media noche, el mapa electoral era calcado al de 2016, con una mínima diferencia: un elector de Nebraska. El estado del Medio Oeste, que hace cuatro años fue totalmente rojo, cedió uno de sus compromisarios al azul demócrata. Tal y como están las cosas, ese pequeño cambio puede ser clave para romper un empate y poder acceder al Despacho Oval.
Estados Unidos se muerde las uñas y mira al norte. En el sur Trump aguantó el tipo. Sus victorias en Florida y Carolina del Sur, y sus más que probables triunfos en Georgia y Carolina del Norte fueron éxitos indispensables, y desviaron toda la atención al cinturón industrial, al noreste obrero que tanto le dio en 2016 y del que ahora dependía que la victoria cayera de un lado y otro. Pasada la media noche, de acuerdo con el conteo de la agencia Associated Press, Biden acumulaba 225 votos electorales, contra 213 de Trump.
Los resultados, sin embargo, no se sabrán pronto. Estados Unidos se fue a dormir sin saber quién será su próximo presidente y es posible que tarde días en saberlo. El enorme voto por correo, fruto de la pandemia de coronavirus, ha afectado los recuentos, y tres de los estados clave del cinturón del óxido (Pennsylvania, Michigan, Wisconsin) anunciaron que hasta el miércoles no seguirían con el conteo. Alguno incluso apuntó que hasta finales de semana no tendría resultado: con el historial de contiendas ajustadísimas, la paciencia será obligatoria. Pero Trump no está dispuesto a ello.
Biden tiene un camino más fácil que su rival para conseguir el triunfo. Con el robo casi seguro de Arizona, en su camino a los 270 electores necesarios puede tener todavía algún tropiezo. No así Trump, quien debería repetir a la perfección sus resultados en 2016 para ganar. Aun así, él proclamó ya su "gran victoria", mientras acusó que los demócratas quieren "robarle" la elección, algo que le valió que Twitter lo etiquetara por dar información falsa sobre el desempeño de las elecciones.
La tensión se mantiene. El mapa sigue con muchos huecos por colorear de azul demócrata o de rojo republicano, y se espera que sea una lucha feroz, con demandas judiciales aseguradas y pelea en el barro por cada uno de los votos. Se augura una nueva crisis en el país, una nueva prueba de fuego para una democracia herida y que buscaba en estas elecciones un camino claro hacia donde dirigirse. El resultado de las urnas todavía no ha decidido qué sendero es el correcto.